Matrimonio

Las bodas nórdicas consistían en el menos espiritual de los rituales de pasaje, ya que tenían más de contrato social que de ceremonia religiosa. Como en todas las sociedades medievales, eran uniones de conveniencia concertadas entre los padres de las dos partes, sin que el amor fuese un elemento a considerar, ya que éste "llegaría con el matrimonio". Normalmente se buscaban alianzas de cara a aumentar la riqueza o el prestigio de ambas familias. Las asambleas o things, donde se reunían las gentes de una región, eran el lugar ideal para este tipo de acuerdos.


Las bodas se celebraban siempre en viernes (ya que es 'el día de Frigg', una de las diosas de la fertilidad) comportaban que la novia se quitara el kransen, un accesorio para el pelo que indicaba su soltería y que pasaba de madres a hijas) y que el novio llevara una espada de sus antepasados.


Por supuesto, había jóvenes que pretendían conquistar el corazón de una mujer pero, según cuentan las sagas, era un pasatiempo peligroso, pues acababa en muchas ocasiones con la muerte del joven enamorado. También existía la posibilidad del rapto, que podía iniciar un enfrentamiento entre dos familias, aunque solía compensarse con el pago de determinada cantidad de dinero por parte del padre del joven. Muchas mujeres, no obstante, fueron obligadas a contraer matrimonio contra su voluntad.
Estos convenios estaban regulados por una normativa que establecía siempre la dote, la cual debía aportarse por la familia del novio. Dicha dote era designada como mundr y se pagaba durante la ceremonia. Si la joven se había mantenido virgen, era merecedora de una segunda dote, llamada morgen gifu o "regalo de la mañana" –siguiente a la noche de bodas–. El morgen gifu más grande de la historia vikinga fue recogido por Saxo Grammaticus en su libro sobre la historia danesa: el rey Grom le regaló toda Dinamarca a su esposa Thyra.
Novias y novios eran instruidos por separado, genealmente a cargo de los miembros más relevantes de cada una de las familias. Un baño purificador, que a veces se realizaba en saunas, era el paso previo para asistir a la ceremonia, en la que se sacrificaban animales y se realizaban brindis por las deidades relativas al matrimonio y a la fertilidad, como Frigga, Frey y Freya. Los novios se intercambiaban anillos y hacían un simulacro de persecución en el bosque. Bebían juntos, además, un hidromiel hecho especialmente para la ocasión y del que se les regalaba suficiente cantidad para que pudiesen beber durante todo un mes –o lunación completa, de ahí la denominación de luna de miel–.
Después, el novio quitaba a la novia la corona de flores –desfloración–. Ésta en ocasiones experimentaba un sueño profético durante la misma noche, acerca del número de hijos que tendría. Al día siguiente, recibiría las llaves de la casa, que debía llevar siempre colgadas de un broche del vestido.
La mujer vikinga mantenía su apellido, sus propiedades y herencias –que nunca podían ser confiscadas, ni siquiera en el supuesto de que su marido fuera enviado al exilio–, e incluso podía solicitar el divorcio –los vikingos fueron el único pueblo medieval europeo que lo aceptó como un derecho de sus ciudadanos–. Solían colocar un casco con cuernos en la puerta dela casa y cuando el hombre regresaba y los veía, ya sabia que esa ya no era su casa y la mujer había tomado a otro hombre. (de ahí lo de poner los cuernos)
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