Jolesveinar

Entre los trece o catorce años, los muchachos debían pasar una prueba que les llevaría a ser considerados hombres y parte integrante del grupo social al que pertenecían. Las pruebas podían ser de diversos tipos, pero en cualquier caso, suponían un desafío para el chico, ya que debía mostrar su habilidad y destreza enfrentándose a situaciones inesperadas.
En ciertos lugares, aprovechando las fechas de alguna celebración especial, se mandaba al bosque al grupo de candidatos de ese año, donde simulaban ser lobos. En Noruega se les llamaba Jolesveinar, nombre que hace alusión a la fiesta de invierno –Jol, la actual Navidad– en la que se realizaba tal demostración. En ocasiones, los jóvenes debían cazar algún animal sin llevar armas. Más tarde, sus padres o un Runico les untaban la cara con la sangre de dicho animal.
En cualquier caso, se les dejaba al margen de sus relaciones cotidianas, para que tuvieran que valerse por sí mismos, emulando seguramente al joven héroe vikingo por excelencia: Sigurd, el cazador de dragones.
Pasada la prueba, los nuevos hombres recibían una espada como regalo y, en algunos casos, un nuevo nombre, que dejaba claro el paso a una nueva vida. A partir de entonces, el joven tenía todos los deberes y derechos de cualquier adulto. La subsiguiente fiesta, además de comida y bebida en abundancia, augurios y regalos de los familiares, en ocasiones incluía la primera experiencia sexual. También deberían presentarse ante su Conde este les haría besar una espada con  tierra y sal, deberían besarla representando que son tanto campesino como navegantes. Se les entregaría un brazalete y deberían jurar lealtad a su Conde.
Para las muchachas era un ritual distinto, que comenzaba tras la primera menstruación. No se sabe tanto de éstas, pues quienes escribieron las sagas fueron hombres, desconocedores de los misterios femeninos que, por otro lado, las mujeres tampoco eran muy proclives a difundir.
Al contrario que el rito masculino, que se desarrollaba en el exterior, el femenino era algo más íntimo y en él los hombres quedaban excluidos. Una vez reunidas, al parecer, las mujeres realizaban brindis a diosas vikingas de la fertilidad, paso previo para aceptar a la joven como una mujer más de la comunidad, aunque la escasez de datos en torno al ritual es enorme.
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